La danza oriental en un país que no existe

Entre Moldavia y Ucrania, se encuentra una lengua de tierra que no ocupa más de 193 km cuadrados de largo y 12 de ancho. Una tierra poblada mayoritariamente por eslavos en la que se habla ruso y que, además, no está reconocida por ningún estado miembro de la ONU. Tiene así el mismo estatus que Nagorno Karabaj u Osetia del Sur. Se trata de Transnistria. Y es allí donde se encuentra uno de los puntos calientes en la zona de Europa del Este en cuanto a la danza oriental.

Resulta un tanto inverosímil creer que en un régimen nacionalista, separatista y con cierto hermetismo, donde la influencia de Occidente es limitada, se dé paso en Tiraspol a distintos eventos relacionados con la danza oriental, además, siendo seguida esta por bastantes jóvenes de este estado congelado. Transnistria un país ficticio, donde la juventud no tiene gran contacto con la influencia de América y la máquina hollywoodiense. Es en la segunda ciudad del territorio, Bender, donde durante el desfile por el día de la independencia hay espectáculos de danza oriental y otros relacionados con Bollywood.

Transnistria, un conglomerado cultural

La República Moldava Pridnestroviana, que ciñéndose a las fronteras reconocidas internacionalmente se encuentra dentro de la República de Moldavia, forma parte de ese conglomerado de regiones que define toda la particularidad única de Moldavia. Aparte de este territorio separatista, al norte se encuentra  Soroca, ciudad donde habita gran parte de la etnia gitana del país y cuya lengua en la que se comunican es el ucraniano. Y al sur se halla un territorio autónomo, Gagauzia, donde el rumano deja de ser la lengua oficial para serlo el ruso y el turco, gracias a las migraciones de búlgaros turquificados en la zona.

Tal sincretismo cultural se ve representado en toda manifestación artística presente en el país. Es aquí donde la danza oriental adquiere unas particularidades únicas no vistas en otras variantes de este baile. De esta forma se aleja de aquella danza de origen faraónico y más turística, propia de Egipto, que viene definida por su elegancia y purismo . Algo que en Europa del Este adquiere otros matices.

Dichos matices son propios de los pueblos que habitan estas tierras. “El estilo egipcio es el más purista y es el que trato de enseñar en mis clases, sin embargo, trato de añadir variantes más contemporáneas venidas de Ucrania y Rusia, donde se ha convertido en una danza muy popular en los últimos años”, afirma Lyudmila Caireac, profesora de danza oriental en Faridah Studio, su escuela de baile en Chisinau.

La danza oriental como ejemplo de globalización

A pequeña escala se puede ser testigo de tal mezcla cultural en su academia. En ella alumnas de otras regiones y países, como España, Ucrania o incluso Kazajistán, se reúnen para “expresar sus sentimientos y emociones, no solo mostrando el cuerpo, sino abriendo todo su potencial a través de la danza”, explica Lyudmila. Esta globalización de la danza oriental se ve representada cuando una de las más famosas bailarinas, Alla Kushnir, procede de Ucrania.

Afirma Lyudmila que “Rusia y Ucrania tienen una fuerte cultura de danza oriental, fue allí donde dejó de bailarse en el ambiente familiar para hacerlo sobre un escenario”. Algo que choca con la concepción conservadora en los países árabes sobre esta danza, en la que la mujer no debería exhibir su cuerpo.

Ante un carácter más introvertido, receloso y tímido de los habitantes de Europa del Este, Lyudmila trata de innovar en cada una de sus lecciones de danza. Lo hace a través del olor, inspirando las bailarinas una fragancia, y con la emulación de distintas emociones. En este tipo de lecciones se prueba a desbloquear a las alumnas para que adquieran mayor naturalidad en sus movimientos. Todo ello con la compañía de Sergiu y su darbuka, que proporciona la ayuda necesaria para que cada una de ellas improvise al ritmo del tambor, creando una unión entre la bailarina y el percusionista.

Ante aquellos que juzgan la danza oriental como un baile obsceno Lyudmila cree que es “muy triste y que depende de la mirada de cada uno. Al final, cada uno tiene sus estereotipos que se forman en la cultura en la que uno vive”. De esto sabe bien Lyudmila, que desde pequeña vive en un país en el que eslavos, rumanos, turcos y gitanos conviven en un pequeño trozo de tierra en el que la danza actúa como nexo de unión entre distintas culturas.