La mística de la mochila o el temido retorno del mochilero iluminado

Todos conocemos a alguno. Nos asalta desde las redes sociales con fotos en diversos puntos del globo, luce piel bronceada, diez kilos menos desde que salió de su ciudad y posa junto a australianos y australianas de muy buen ver. Es él, ella, el viajero mochilero. Y mientras tú, en la oficina.mochilero

Lo de las fotos es soportable. Se ignoran y basta. No se lee el blog en el que se comparten sesudas impresiones etnológicas sobre la cultura en la que se lleva quince días y punto.

No me refiero a esa amiga que se ha ido el mes de agosto de vacaciones, encantada de disfrutar de sus días libres en un punto exótico y distante y poderse pagar el vuelo low cost. O a aquella pareja que decide celebrar el fin de año en las islas Phi Phi. Son personajes inofensivos. No arrugan el morro ni se sienten agraviados si les calificas por el adjetivo más temido del mochilero: el de ”turista”. En cambio ¡ay de aquella que se autodenomina “viajera impenitente”! En serio, evítenla si vuelve a casa por Navidad.

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El retorno del mochilero 

Sí, se podía haber quedado en una rave en Goa y hacerse fotos con el cuerpo pintado de fosforito. En su lugar, el anuncio de “El Almendro” golpea el inconsciente y en la época navideña es común tenerlos de vuelta en su lugar de origen. Llegan en hordas a los aeropuertos occidentales con la barba crecida y la melena al viento, vestidos con pantalones bombachos que destiñen, un jersey de alpaca lleno de llamas o una falda de batik.

El espécimen al que me refiero no tiene pérdida. Como un aura carga con una actitud característica: una sutil displicencia cultivada en sus reflexiones escritas en aquellas largas tardes en que el sol ya se había puesto y no había nada que hacer en los arrozales. Sin Wifi para la tablet siempre quedará el cuaderno, el Moleskine en el que consignar las innumerables aventuras que luego compartirán con los amigos reencontrados: “¿No has comido perro en tu vida? ¿no has subido en elefante, dromedario, llama? ; ¿no te has desplazado en un autobús durante veintisiete horas, de pie? ¿no te han picado chinches, pulgas, mosquitos posibles portadores del dengue? Yo sí. Ja.” El discurso no acaba ahí. Peor aún, de la anécdota se pasa a la sentencia:

—No podría trabajar en una oficina.

—En X la gente es tan feliz. (X equivale a cualquier país del sudeste asiático lleno de personas sonrientes, aunque el África subsahariana vale también).

—Te das cuenta de que son tan felices teniendo tan poco.

—Hay gente que está contenta con su casa, su coche, su hipoteca. Yo no.

—Por cierto, ¿me invitas a la caña? es que aún no he cobrado el paro.

Sí, el mochilero de pro estira el presupuesto al máximo, para estar fuera el mayor tiempo posible, cosa que se califica como eficiencia. Lo que ocurre es que cuando regresa a casa a menudo no desactiva el modo coach surfing para desgracia de su familia y amigos.

MOCHILERO 2.0 

Internet es el mejor aliado del mochilero del siglo XXI: blogs, briconsejos para estirar el budget lo indecible, ¿mochila o maleta? Terrible dilema. Recomendaciones para llegar al punto más recóndito de la forma más auténtica posible: viajar con “locales”, vivir con “locales”. Pagar, claro, como “local”.

Emotivos vídeos cargados de lemas con trasunto filosófico. Yo, que viajo, soy tan especial…


Porque si hay algo que el mochilero desprecia con toda su alma es todo indicio de convencionalidad en el viaje. Que no es lo mismo cincuenta turistas tras una sombrilla amarilla de turoperador que cinco viajeros (blancos, clase media alta, formación media-superior, tarjeta visa en el bolsillo ) haciendo un trekking de aventura.  Acabáramos.

REVISITANDO EL GRAND TOUR

El Romanticismo nos dejó este legado. Somos almas en conflicto que buscan su lugar en el mundo. Y este se ha vuelto tan fácil, tan ordenado, tan poco original… Desde mediados del siglo XVIII hasta principios del XIX los jóvenes de buena familia hacían “le grand tour”: viajaban a los orígenes de la civilización occidental, en un recorrido con un cariz iniciático a las ruinas griegas y romanas. El viaje de formación, que modelaba el carácter, fue un concepto creado en ese periódico histórico y como tantas otras construcciones culturales se aprovechó en el siglo XX  para establecer una serie de productos de consumo. Véase la mochila, el ya citado Moleskine o el saco-sábana.

British-Connaisseurs-mochilero

En un mundo globalizado, hiperinformado, nos atraen aquellos lugares en los que aún se puede intuir el aroma de lo imprevisto. El sudeste asiático, la India, el África subsahariana o algunos países de América Latina son los destinos más populares  pues contienen aún ese aire salvaje, incluso inhóspito. Pero no hay que engañarse: si existe una guía de viaje editada del lugar, si se encuentran hostales y reseñas en las web, es que  hay mercado turístico. Se es un cliente más, aunque sea a pequeña escala.

¿Se aprende viajando? Por supuesto. Se aprende de cualquier intercambio social y de descubrir nuevos entornos.  El mundo está lleno de oportunidades para poner a prueba nuestras ideas previas, nuestros prejuicios. Pero el viaje no es garantía de que estos cambien fácilmente, más aún si se dedica un par de semanas, un mes a lo sumo,  a cada zona geográfica.

Para consuelo de los de la hipoteca, hay otras maneras de intentar no ser un mutante en la sociedad que nos ha tocado vivir. Sí, lo de siempre: los libros, el cine, el arte, los documentales de la 2, la música. La manida idea de salir de la “zona de confort” se puede trabajar desde diferentes puntos de vista y no hace falta que implique quince horas en un vuelo transatlántico, ni dar la vuelta al globo en ochenta días te hace necesariamente más sabio. Y si no, miren a Kant, que bien poco se movió de Königsberg.